Sunday, 5 August 2007

Ensayo (IV). ¿Quién me lo iba a decir a mí?.

Esa noche decidí repentinamente ir a ver una obra de teatro con Blanca Marsillach como autora y protagonista, en el Centro Cultural de la Villa en Madrid. Ella se encuentra con un antiguo amor, y hacen un repaso de su historia y comprueban los estragos del tiempo, y que los puentes que los unían casi están rotos o llenos de trampas. Recuerdan el día, ya también lejano, en que se volvieron a encontrar en una habitación, a pesar de tener otras parejas, donde parecía que todo revivía, y que había esperanza. Pero al día siguiente todo se esfumó, fue una cana al aire, un paréntesis, o la última traca, en sentido figurado claro, porque el foco apenas alcanzaba a sugerir dos sombras que pululaban por la habitación.
El tema nos quedó claro a todos los asistentes, pero los sentimientos, el desamor, los celos, el sufrimiento o el amor ni siquiera rozaron el patio de butacas. Si la obra pretendía conmover, no lo logró, si pretendía aprovechar el filón que tiene el desamor para la ironía, el sarcasmo o incluso para deslizarse hacia el sainete, pues tampoco lo consiguió, las carcajadas, o las sonrisas brillaron por su ausencia. Blanca Marsillach no tiene los registros para una cosa ni para la otra, aunque su figura desnuda, sugerida entre sombras, mereciera el patrocinio de Corporación Dermoestética o clínica similar. Su dicción y su sonrisa (digna del mismo patrocinio), nerviosas, impostadas, eran barreras de hielo para las emociones que pretendía trasmitir.

Decepcionado, salí del teatro sin rumbo fijo, hacia el Paseo de Recoletos. Y sin saber por qué, me paré en un restaurante de comida rápida. La decoración era más cuidada que otros que he visto en otras zonas, pero no dejaba de ser un restaurante de comida rápida. Tampoco sé qué me hizo subir por las escaleras a la segunda planta donde apenas había unas mesas. Y allí, en la esquina derecha estaban ellos. Una pareja madura, en torno a los 60 o más, abrazados y besándose. Él tenía apenas un poco de pelo en torno a las sienes, cazadora barbour, ella traje de sastre, un abrigo y media melena con unas ligeras mechas. No fueron sus rasgos ni sus ropas las que llamaron la atención, claro. Después de sorprenderles en el beso, siguieron acurrucados y él acariciaba la mano de ella. Los códigos de conducta de su edad, su "saber estar en cada lugar" y seguro que mi presencia, hacían improbable que ella decidiera recostarse sobre sus piernas y le abrazara y apoyara fuertemente su cabeza en la de él. Improbable, pero no me hubiera sorprendido en absoluto, dada la intensidad del momento, me hubiera parecido un paso lógico.
Era inevitable también hacerse preguntas, ¿serían dos antiguos novios separados por la fatalidad, hace muchos años?. ¿Unos viejos amantes que han podido mantener la llama?. ¿Amantes intermitentes?. ¿Una pareja casada separados por las circunstancias?. ¿Un matrimonio que necesita amarse a escondidas para escapar de las trampas de la vida cotidiana y de la rutina?. Me confortaban más quizá las dos últimas opciones.
No podía ni imaginarme de qué estaban hablando, pero sí podía imaginarme que no se estarían diciendo con toda seguridad. Frases como: "me siento cómoda contigo", "tenemos una pasión tranquila", "qué lámparas más feas han puesto en el restaurante" o "me has dado estabilidad", por ejemplo. El problema de estas frases no es lo que dicen, si no lo que no dicen, que era precisamente lo que yo estaba viendo allí. Confundir la lógica falta de vigor y efusividad que van dando las relaciones largas y la edad madura con la falta de pasión es perdonable, porque los que sienten esa pasión después de tanto tiempo, muchas veces la esconden, como avergonzados. Por eso me alegré esa noche de ir al teatro.

2 comments:

Destructor said...

La leche!

Esto lo has escrito tu? Alucino. Me ha gustado mucho, la verdad. Saludos!

jonerramun said...

Con espoleta retardada, no había visto el post. Sí es mío, ya veo que eres un sentimental empedernido. ,). Me alegra que te guste.